viernes, 28 de mayo de 2010

La Feria del Libro de la Habana


La Feria del Libro de La Habana es una mentira no tan evidente. La campaña publicitaria, mediática que acompaña el nacimiento anual de este evento “artístico” intenta esbozar la imagen de celebración y festejo literario que debería ser, pero el verdadero propósito de esta feria se traspapela entre los momentos o espacios culturales secundarios: conciertos, ventas de artesanías y otros.



A veces no es preciso, ni objetivo, ahondar en algunas situaciones si no se cuenta con un resguardo informacional confiable, no obstante, en esta ocasión, la experiencia, lo observado, y el sentido común, aportan el conocimiento suficiente para construir una opinión.

Podrían realizarse estudios (¿se realizan?) sobre el impacto en los hábitos de lectura de la mayoría de los visitantes de la Feria del Libro, y sin dudas los resultados no serían agradables; las personas que acuden a la sede del Morro para satisfacer sus ansias literarias son mínimas. Para muchos, paradójicamente, esta opinión resultaría escandalosa, pero con tan solo observar: los todavía altos costos de los libros que se venden en moneda nacional, la total disparidad entre la cantidad, calidad y diversidad de propuestas en moneda convertible; el salario promedio de los asistentes; la incultura lectora de los cubanos (una realidad oculta en el ático bajo el polvo); el difícil acceso a la acostumbrada sede colonial; si analizáramos esto nos daríamos cuenta de la cruel realidad.

Reflexionemos con sencillez y total ausencia de rigor científico como, por ejemplo, los precios, el gasto de asistir a la “fiesta del libro en Cuba” resultan desorbitantes: en la última edición de la Fe3ria se puso a la venta una nueva edición del clásico ruso “Crimen y Castigo” en veinte pesos cubanos. La novela se agotó a los tres días, por la pobre tirara y los pocos ejemplares que salieron, entendible, ya que contradictoriamente es más fácil encontrar en todo el país títulos de último año, cubanos por supuesto, que los grandes clásicos universales que aún conservan algunos afortunados en viejas ediciones Huracán. (Posteriormente pude adquirir la novela en una librería, estatal, a cincuenta dos pesos, los dos tomos).
A estos veinte pesos hay que agregar los gastos lógicos de entrada, transporte (en caso de que no viajes en los ómnibus que salen de varios puntos de ¿la ciudad? hacia La Cabaña), compra de comidas y líquidos, que se duplican por las larguísimas filas de espera para acceder a los tres o cuatro puntos de venta en moneda nacional, (todo esto teniendo en cuenta que es tan sólo una novela). Y digo “larguísimas filas” y podría parecer contradictorio, pero no, realmente resulta irónico que la mayoría de los libros adquiridos pasen a ser olvidados, ocultos como el retrato de Dorian Grey.

En la fortaleza vemos tanto a los jóvenes que se divierten en la gran fiesta del lugar dueño del cañonazo, como a otros pocos ávidos lectores, como a los niños que disfrutan de un paseo con sus padres; estos últimos con suerte al final del día tendrán un pequeño tesoro colorido de grandes letras y figuras en libros para colorear. Pero a los pocos días también serán cambiados por las pelotas, las computadoras o los nuevos animados japoneses, porque algunos hábitos se inculcan y también se heredan.

Al final los ecos que resuenan no son los de Dostoviesky, Tolstoi o Pushkin; son los de Buena Fé, Moneda Dura, bolsas y carteras, vestidos y camisetas, pulsos y collares. La verdadera Feria del Libro es todavía una utopía amarga, no el encuentro anual de las editoriales, autores y lectores, no el espacio único para encontrar los amigos perdurables que son los libros; la Feria, con total amargura, es una fiesta más, un lugar de vacaciones, la tarde del domingo o la noche del sábado, el concierto Pop, el ron y la cerveza: una mentira no tan evidente.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

esta buenisimo el articulo y la foto igual

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